Page 75 - Aquelarre
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realidad no la quería; no necesitaba una coartada para justificar mi
comportamiento. Lo que importaba era el cuchillo en mis manos y
yo: un par de cortes en los lugares clave, y todo habría terminado
en cuestión de una hora más o menos, dejando atrás el miedo y las
pesadillas.
—¿Por qué los humanos tienen que buscar la salida fácil en
todo?
Tan absorta estaba en mis pensamientos, que no captaba la
poderosa voz masculina que me hablaba desde el otro extremo de
la sala de estar. Lentamente alcé la mirada; de pie, un hombre de
gran estatura y complexión atlética me estudiaba fríamente, con
ojos que me pinzaban el corazón amodorrado.
—¿Quién eres? ¿Y cómo entraste a mi casa?
Aferré el cuchillo con ambas manos, dispuesta a usarlo como
arma en mi defensa, brillando con la escasa luz como si fuera una
espada. El hombre soltó un carcajeo que se asemejaba al cacarear
de un gallo, áspero y sin vida, una maldita forma de burla, haciendo
flaquear mi expectativa de apuñalearlo si se acercaba.
—Veo que a pesar de todo, no has perdido por completo la
conciencia de las cosas, niña tonta—. Ladeaba la cabeza como si
tratara de entender mis pensamientos. — Pero una mujer como tú,
jamás podría siquiera hacer que mi cuerpo sangrara con ese
juguete de metal.
Le miraba casi sin parpadear, haciendo volar tantas preguntas
a las que no tenía una respuesta coherente.
—Si eres una de mis alucinaciones, será mejor que te marches;
no tengo las fuerzas para lidiar con algo que no existe.
Se lo dije con hastío en la voz, para ver si se desvanecía de la
misma forma en que apareció.
Pero se quedó de pie, como una estatua de piel humana y
rostro insondable, enervando más aún mis nervios, los cuales
estaban de punta, aferrados al cuchillo.
—¡He dicho que te largues!
Pero ni mi grito de rabia le amedrentó las facciones de la cara.
—La Aburrida —dijo, asombrándome hasta dejarme sin habla
ni sentimiento—; y ahora, delante de mí, la Loca. Cuando te vi en
la calle, pensé que un alma que se consumía a sí misma de esa
comportamiento. Lo que importaba era el cuchillo en mis manos y
yo: un par de cortes en los lugares clave, y todo habría terminado
en cuestión de una hora más o menos, dejando atrás el miedo y las
pesadillas.
—¿Por qué los humanos tienen que buscar la salida fácil en
todo?
Tan absorta estaba en mis pensamientos, que no captaba la
poderosa voz masculina que me hablaba desde el otro extremo de
la sala de estar. Lentamente alcé la mirada; de pie, un hombre de
gran estatura y complexión atlética me estudiaba fríamente, con
ojos que me pinzaban el corazón amodorrado.
—¿Quién eres? ¿Y cómo entraste a mi casa?
Aferré el cuchillo con ambas manos, dispuesta a usarlo como
arma en mi defensa, brillando con la escasa luz como si fuera una
espada. El hombre soltó un carcajeo que se asemejaba al cacarear
de un gallo, áspero y sin vida, una maldita forma de burla, haciendo
flaquear mi expectativa de apuñalearlo si se acercaba.
—Veo que a pesar de todo, no has perdido por completo la
conciencia de las cosas, niña tonta—. Ladeaba la cabeza como si
tratara de entender mis pensamientos. — Pero una mujer como tú,
jamás podría siquiera hacer que mi cuerpo sangrara con ese
juguete de metal.
Le miraba casi sin parpadear, haciendo volar tantas preguntas
a las que no tenía una respuesta coherente.
—Si eres una de mis alucinaciones, será mejor que te marches;
no tengo las fuerzas para lidiar con algo que no existe.
Se lo dije con hastío en la voz, para ver si se desvanecía de la
misma forma en que apareció.
Pero se quedó de pie, como una estatua de piel humana y
rostro insondable, enervando más aún mis nervios, los cuales
estaban de punta, aferrados al cuchillo.
—¡He dicho que te largues!
Pero ni mi grito de rabia le amedrentó las facciones de la cara.
—La Aburrida —dijo, asombrándome hasta dejarme sin habla
ni sentimiento—; y ahora, delante de mí, la Loca. Cuando te vi en
la calle, pensé que un alma que se consumía a sí misma de esa