Page 73 - Aquelarre
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Me interceptó cerca de un parque público.
—No traigo comida conmigo, pero tenga— de entre mi abrigo
saqué el poco cambio que llevaba a mano; jamás le dejaría saber
que traía más dinero en el bolso, — Pero prométame que no lo
gastará en alguna porquería que consumen por allí.
Esperando que hubiera entendido, me disponía a irme,
cuando le vi sonreír de manera siniestra.
—¿Qué es tan gracioso?
—Nada —contestó lentamente, mirando el dinero en sus
mugrientas manos; — no esperaba que me prestaras atención entre
la multitud, pero así es como cerramos el contrato entre nosotros.
Levanté una ceja, algo molesta por semejante conversación.
—Mire —le dije, algo brusca—, no sé qué tipo de sustancia ha
consumido, pero será mejor que se mantenga alejado de mí; no me
gustan los dementes.
El hombre amplió su macabra sonrisa.
—Pero si tú no estás mejor que yo.
Aquello me dejó sin habla, le di la espalda y marché a paso
inseguro, sintiendo su punzante mirada en la espalda, como dos
dagas gélidas que me traspasaban de lado a lado.
Cualquiera diría que el asunto con el tipo no había sido nada;
pero no era así.
Desde ese día, mis visiones, si les puedo llamar de esa forma,
empeoraron hasta hacerme difícil distinguir la realidad de la
fantasía. Había momentos en que me costaba discernir los sueños
y la vigilia bajo la luz del sol; y siempre estaba presente la sensación
de vigilancia, como si alguien esperara a que mi guardia estuviera
baja para atacarme.
¿Paranoia?
No podría decir si la tenía o no.
¿Escotofobia?
Ni hablar; no necesitaba gastar mi dinero en un estúpido
psicólogo para saberlo.
Ninguna de esas era respuesta a lo que me estaba pasando, y
a lo que me estaba ya rindiendo. La gente puede suprimir sus
miedos en su mundo de fantasías, pero aun mi mundo estaba
dominado por la oscuridad. Sentía desesperación al no encontrar
—No traigo comida conmigo, pero tenga— de entre mi abrigo
saqué el poco cambio que llevaba a mano; jamás le dejaría saber
que traía más dinero en el bolso, — Pero prométame que no lo
gastará en alguna porquería que consumen por allí.
Esperando que hubiera entendido, me disponía a irme,
cuando le vi sonreír de manera siniestra.
—¿Qué es tan gracioso?
—Nada —contestó lentamente, mirando el dinero en sus
mugrientas manos; — no esperaba que me prestaras atención entre
la multitud, pero así es como cerramos el contrato entre nosotros.
Levanté una ceja, algo molesta por semejante conversación.
—Mire —le dije, algo brusca—, no sé qué tipo de sustancia ha
consumido, pero será mejor que se mantenga alejado de mí; no me
gustan los dementes.
El hombre amplió su macabra sonrisa.
—Pero si tú no estás mejor que yo.
Aquello me dejó sin habla, le di la espalda y marché a paso
inseguro, sintiendo su punzante mirada en la espalda, como dos
dagas gélidas que me traspasaban de lado a lado.
Cualquiera diría que el asunto con el tipo no había sido nada;
pero no era así.
Desde ese día, mis visiones, si les puedo llamar de esa forma,
empeoraron hasta hacerme difícil distinguir la realidad de la
fantasía. Había momentos en que me costaba discernir los sueños
y la vigilia bajo la luz del sol; y siempre estaba presente la sensación
de vigilancia, como si alguien esperara a que mi guardia estuviera
baja para atacarme.
¿Paranoia?
No podría decir si la tenía o no.
¿Escotofobia?
Ni hablar; no necesitaba gastar mi dinero en un estúpido
psicólogo para saberlo.
Ninguna de esas era respuesta a lo que me estaba pasando, y
a lo que me estaba ya rindiendo. La gente puede suprimir sus
miedos en su mundo de fantasías, pero aun mi mundo estaba
dominado por la oscuridad. Sentía desesperación al no encontrar