Page 123 - Telaranas
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a la medida de su, al parecer, también perfecta dueña.
Andrey y sus compinches ya habían conocido varios
de los mejores clubes de la ciudad y algún dominio se
jactaban de tener en la materia; pero nunca esperaron
toparse con esa multitudinaria fauna de mujeres en
ese club de suburbio, a más de un kilómetro de la
última casa en el filo del bosque. Y más aún, a Andrey
le sorprendió no encontrar en semejante oferta ni una
sola chica que no mereciera su atención por lo
impecable de su aspecto y la exquisita selección de
vestido, maquillaje y peinado conforme a su estilo.
Rubia, morena, pelirroja, bronceada o pálida, alta o
baja, delgada o fornida, incluso huesuda, incluso algo
obesa, joven o madura, no importaba. Cada una era un
absoluto modelo de buen gusto, adaptado por
supuesto a las necesidades sicalípticas del ambiente.
Después de un largo rato de observación, con el Ray
of Light de Madonna, Andrey no vio a la típica y
obligatoria flacucha cuyo vestido le cuelga por falta de
contenido, ni vio a la típica y obligatoria gorda que no
sabe disimular sus bultos, ni vio a la que no supo elegir
su peinado, ni a la que no tuvo suerte con el color de
su vestido, ni a la que abusó del maquillaje, ni el caso
lamentable de la chica con el mejor físico y el peor
asesor de belleza. No. Cada chica de Praga Night Club
era un acto delicioso de contemplación y deleite, un
obsequio para la vista y el intelecto.
Pero esa noche no se trataba de cuál chica no
merecía su atención, sino de cuál la merecía más entre
todas ellas. Y la chica de Andrey, su chica irresistible,
su chica especial, fue Goldi: surgió
parsimoniosamente entre las luces, el humo y las
siluetas revoltosas del resto de la gente, como una
aparición élfica en un bosque azotado por una
Andrey y sus compinches ya habían conocido varios
de los mejores clubes de la ciudad y algún dominio se
jactaban de tener en la materia; pero nunca esperaron
toparse con esa multitudinaria fauna de mujeres en
ese club de suburbio, a más de un kilómetro de la
última casa en el filo del bosque. Y más aún, a Andrey
le sorprendió no encontrar en semejante oferta ni una
sola chica que no mereciera su atención por lo
impecable de su aspecto y la exquisita selección de
vestido, maquillaje y peinado conforme a su estilo.
Rubia, morena, pelirroja, bronceada o pálida, alta o
baja, delgada o fornida, incluso huesuda, incluso algo
obesa, joven o madura, no importaba. Cada una era un
absoluto modelo de buen gusto, adaptado por
supuesto a las necesidades sicalípticas del ambiente.
Después de un largo rato de observación, con el Ray
of Light de Madonna, Andrey no vio a la típica y
obligatoria flacucha cuyo vestido le cuelga por falta de
contenido, ni vio a la típica y obligatoria gorda que no
sabe disimular sus bultos, ni vio a la que no supo elegir
su peinado, ni a la que no tuvo suerte con el color de
su vestido, ni a la que abusó del maquillaje, ni el caso
lamentable de la chica con el mejor físico y el peor
asesor de belleza. No. Cada chica de Praga Night Club
era un acto delicioso de contemplación y deleite, un
obsequio para la vista y el intelecto.
Pero esa noche no se trataba de cuál chica no
merecía su atención, sino de cuál la merecía más entre
todas ellas. Y la chica de Andrey, su chica irresistible,
su chica especial, fue Goldi: surgió
parsimoniosamente entre las luces, el humo y las
siluetas revoltosas del resto de la gente, como una
aparición élfica en un bosque azotado por una