Page 62 - Puntas de Iceberg
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Ernest tropezó. Su carrera para evitar el alargamiento de su
miserable bochorno fue escabrosa y lo llevó al lado de la huerta del
campus. Cayó hincado sobre las cebollas.
—¡¿Ernest?!
Su desgracia no podía ser mayor: frente a sus vergüenzas estaba
Carole, con su traje de “top” azul y su enagua impecable.
—¿Carole? ¿Qué…qué haces aquí? Tu ropa…
Eran intentos desesperados para desviar la atención del espectáculo
que él mismo estaba dando.
—Yo no, qué haces tú aquí. ¿Qué te pasó? ¿Por qué corrías así?
—He sido víctima de una de las famosas bromas de Alex, como
podrás ver...
—Alex ¡maldito bravucón! Lo siento. Algún día nos vengaremos de
todo lo que nos hace.
Carole miró hacia el cielo. La luna estaba hermosa. Después se miró
a sí misma: su traje escotado. Luego miró a Ernest hincado en la
tierra. Se puso nerviosa.
—Oye, Ernest, necesito que me hagas un favor… no vayas a contar
que me viste aquí hoy, te lo pido. ¿Me guardas el secreto? Por favor,
realmente…
—Te lo prometo, si me cuentas qué haces a estas horas y por estos
lugares tan solos...
—¡No no!… no están solos. Ernest, no creo que debas saber más.
Olvida que me viste, ¿Sí? Recuérdame como me ves de día, te lo
pido…
Ernest se levantó, lentamente, mirando a Carole sin parpadear. Era
tiempo de enfrentar esto.
—No, Carole. Esto no es algo que se olvida así porque sí. No me
puedes pedir eso. Cuéntame. ¿Sabes?, realmente te podría ayudar si
me contaras las cosas.
miserable bochorno fue escabrosa y lo llevó al lado de la huerta del
campus. Cayó hincado sobre las cebollas.
—¡¿Ernest?!
Su desgracia no podía ser mayor: frente a sus vergüenzas estaba
Carole, con su traje de “top” azul y su enagua impecable.
—¿Carole? ¿Qué…qué haces aquí? Tu ropa…
Eran intentos desesperados para desviar la atención del espectáculo
que él mismo estaba dando.
—Yo no, qué haces tú aquí. ¿Qué te pasó? ¿Por qué corrías así?
—He sido víctima de una de las famosas bromas de Alex, como
podrás ver...
—Alex ¡maldito bravucón! Lo siento. Algún día nos vengaremos de
todo lo que nos hace.
Carole miró hacia el cielo. La luna estaba hermosa. Después se miró
a sí misma: su traje escotado. Luego miró a Ernest hincado en la
tierra. Se puso nerviosa.
—Oye, Ernest, necesito que me hagas un favor… no vayas a contar
que me viste aquí hoy, te lo pido. ¿Me guardas el secreto? Por favor,
realmente…
—Te lo prometo, si me cuentas qué haces a estas horas y por estos
lugares tan solos...
—¡No no!… no están solos. Ernest, no creo que debas saber más.
Olvida que me viste, ¿Sí? Recuérdame como me ves de día, te lo
pido…
Ernest se levantó, lentamente, mirando a Carole sin parpadear. Era
tiempo de enfrentar esto.
—No, Carole. Esto no es algo que se olvida así porque sí. No me
puedes pedir eso. Cuéntame. ¿Sabes?, realmente te podría ayudar si
me contaras las cosas.