Page 145 - Telaranas
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La chica de la tarima volvió a accionar el botón del
vibrador para ocultar las cuchillas y se volvió hacia JJ,
que vomitaba sangre a chorros.
Largos chorros.
Y Charley eyaculaba sin parar.
Largos chorros.
No era normal, ¡pero era grandioso!
¡GranDioso!
El semen no dejaba de salir.
No se detenía esa senZación de fluido interno, de
peNe giGante; y más bien había dejado de ser un
oleaje y se convirtió en una viVración permanente.
—¡Oh, rayos! ¡Rayos! ¡Jajajajajaja!
¡Maldicióoooon! ¡Es genial! ¡Es...! ¡Es...!
Abrió los ojos.
—¡Es...!
Era sangre.
Eran chorros incontenibles de sangre lo que
disparaba su miembro vigorosamente masajeado por
la mano de Betty, cuyo rostro bañado en ambos
fluidos, semen y sangre, se había desfigurado
espantosamente con una mueca rabiosa, como de
felino, con la boca muy abierta, llena de dientes que
Charley no recordaba haber visto así antes, disparejos,
apiñados, torcidos sobre los labios; y esos colmillos,
esos colmillos; y esos ojos, ya no azules, sino verdes,
opacos, sin brillo, con las corneas secas y saltadas,
como si fueran monedas puestas allí sobre los ojos
verdaderos de la expolicía; y la sangre saltando a
chorros desde su pene, que temblaba oprimido en la
mano de la mujer, escurriendo sangre, escurriendo
sangre...
Charley gritó, con el hilo de la voz retorcido.
vibrador para ocultar las cuchillas y se volvió hacia JJ,
que vomitaba sangre a chorros.
Largos chorros.
Y Charley eyaculaba sin parar.
Largos chorros.
No era normal, ¡pero era grandioso!
¡GranDioso!
El semen no dejaba de salir.
No se detenía esa senZación de fluido interno, de
peNe giGante; y más bien había dejado de ser un
oleaje y se convirtió en una viVración permanente.
—¡Oh, rayos! ¡Rayos! ¡Jajajajajaja!
¡Maldicióoooon! ¡Es genial! ¡Es...! ¡Es...!
Abrió los ojos.
—¡Es...!
Era sangre.
Eran chorros incontenibles de sangre lo que
disparaba su miembro vigorosamente masajeado por
la mano de Betty, cuyo rostro bañado en ambos
fluidos, semen y sangre, se había desfigurado
espantosamente con una mueca rabiosa, como de
felino, con la boca muy abierta, llena de dientes que
Charley no recordaba haber visto así antes, disparejos,
apiñados, torcidos sobre los labios; y esos colmillos,
esos colmillos; y esos ojos, ya no azules, sino verdes,
opacos, sin brillo, con las corneas secas y saltadas,
como si fueran monedas puestas allí sobre los ojos
verdaderos de la expolicía; y la sangre saltando a
chorros desde su pene, que temblaba oprimido en la
mano de la mujer, escurriendo sangre, escurriendo
sangre...
Charley gritó, con el hilo de la voz retorcido.