Page 141 - Telaranas
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mujer!; o sin sentir esa fascinación misteriosa, como
la de una canción que gusta sin que se sepa por qué, y
cuyo secreto solo entiende el músico, partitura en
mano.
La misma Mónica, la inexplicable.
Y también aquellas mismas chicas lamesuelas
siempre a su lado, la negra y la pelirroja. ¿Cómo se
llamaban? ¿Sasha? ¡Terry! ¡Sasha y Terry!
Las mismas, también.
—¡Tad...! —exclamó entre susurros Mónica,
llevándose una mano a la boca.
Pero lo que sucedió a continuación no fue el típico
reencuentro amoroso.
Tad la tomó del cuello con una mano, la levantó
del suelo, a pesar de que era casi tan alta y fornida
como él, y la lanzó de espalda contra la pared. Sasha y
Terry iban a lanzarse sobre Tad, pero Mónica las
contuvo alzando las manos.
—¡¿Qué hacen aquí?! —vociferó él.
Aún con el cuello prensado contra la pared por la
mano de Tad, como un tubo de agua sujeto por una
agarradera metálica, Mónica logró sonreír y
balbucear:
—Ho... hola, Tad. Si-siempre en... encantador...
Sin soltarle el cuello, Tad volvió a levantarla a casi
medio metro del piso y la estrelló contra el ventanal,
cuyo vidrio se fracturó en forma de telaraña; los
tacones de la mujer quedaron suspendidos en el aire.
—¡CONTESTA! —gritó él, con los dientes
apretados.
Un hilo de sangre se escurrió detrás de la cabeza
de Mónica, y siguió la línea de la fractura en el vidrio.
Detrás de ella, varios metros más allá y más abajo, en
la de una canción que gusta sin que se sepa por qué, y
cuyo secreto solo entiende el músico, partitura en
mano.
La misma Mónica, la inexplicable.
Y también aquellas mismas chicas lamesuelas
siempre a su lado, la negra y la pelirroja. ¿Cómo se
llamaban? ¿Sasha? ¡Terry! ¡Sasha y Terry!
Las mismas, también.
—¡Tad...! —exclamó entre susurros Mónica,
llevándose una mano a la boca.
Pero lo que sucedió a continuación no fue el típico
reencuentro amoroso.
Tad la tomó del cuello con una mano, la levantó
del suelo, a pesar de que era casi tan alta y fornida
como él, y la lanzó de espalda contra la pared. Sasha y
Terry iban a lanzarse sobre Tad, pero Mónica las
contuvo alzando las manos.
—¡¿Qué hacen aquí?! —vociferó él.
Aún con el cuello prensado contra la pared por la
mano de Tad, como un tubo de agua sujeto por una
agarradera metálica, Mónica logró sonreír y
balbucear:
—Ho... hola, Tad. Si-siempre en... encantador...
Sin soltarle el cuello, Tad volvió a levantarla a casi
medio metro del piso y la estrelló contra el ventanal,
cuyo vidrio se fracturó en forma de telaraña; los
tacones de la mujer quedaron suspendidos en el aire.
—¡CONTESTA! —gritó él, con los dientes
apretados.
Un hilo de sangre se escurrió detrás de la cabeza
de Mónica, y siguió la línea de la fractura en el vidrio.
Detrás de ella, varios metros más allá y más abajo, en