Page 40 - Telaranas
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—No suena usted como un señor Bernardo. No
creo que haya ningún judío que se llame Bernardo.
Bernardo asintió.
—Es camuflaje —dijo—. Y su nombre le queda
bien, se siente usted como Manuela.
—Así es; no puedo ser tan solo esa empleada de
Demográfica que sería tan aburrida. La empleada a
secas. Manuela soy yo. Y volviendo al tema de la
guerra…
—No quisiera hablar de eso…
—¿De verdad?
—No fui exactamente un héroe —le dijo Bernardo,
atreviéndose un poco—. Más bien fui un traidor —
añadió.
Haber liberado la palabra “traidor” fue inédito
para él. Esa mujer tenía el poder de hacer que
confesara… Se sentía indefenso.
—No aparenta usted que lo haya sido, parece un
buen hombre —le dijo ella, por cortesía.
—Ah, se equivoca —dijo Bernardo—. Los años me
han transformado en este viejo que soy. Lamentaría
usted mucho lo que fui capaz de hacer por el horror
nazi. La única persona que me comprendió fue mi
esposa, pero ella se ha ido.
—Se equivoca en algo: yo no puedo juzgarlo a
usted, no me gusta hacer eso, no es mi estilo —dijo
ella—. No crea que soy ingenua. La vida convulsa de
mi país, y en general del mundo, me ha enseñado a ser
receptiva, a estar preparada para lo peor, a no
extrañarme por ningún hecho.
—Es muy extraño —insistió él—. Con usted me
siento con alguna tranquilidad.
—Tal vez solo nos caemos bien —sugirió Manuela.
creo que haya ningún judío que se llame Bernardo.
Bernardo asintió.
—Es camuflaje —dijo—. Y su nombre le queda
bien, se siente usted como Manuela.
—Así es; no puedo ser tan solo esa empleada de
Demográfica que sería tan aburrida. La empleada a
secas. Manuela soy yo. Y volviendo al tema de la
guerra…
—No quisiera hablar de eso…
—¿De verdad?
—No fui exactamente un héroe —le dijo Bernardo,
atreviéndose un poco—. Más bien fui un traidor —
añadió.
Haber liberado la palabra “traidor” fue inédito
para él. Esa mujer tenía el poder de hacer que
confesara… Se sentía indefenso.
—No aparenta usted que lo haya sido, parece un
buen hombre —le dijo ella, por cortesía.
—Ah, se equivoca —dijo Bernardo—. Los años me
han transformado en este viejo que soy. Lamentaría
usted mucho lo que fui capaz de hacer por el horror
nazi. La única persona que me comprendió fue mi
esposa, pero ella se ha ido.
—Se equivoca en algo: yo no puedo juzgarlo a
usted, no me gusta hacer eso, no es mi estilo —dijo
ella—. No crea que soy ingenua. La vida convulsa de
mi país, y en general del mundo, me ha enseñado a ser
receptiva, a estar preparada para lo peor, a no
extrañarme por ningún hecho.
—Es muy extraño —insistió él—. Con usted me
siento con alguna tranquilidad.
—Tal vez solo nos caemos bien —sugirió Manuela.