Page 44 - Telaranas
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había ido despertando de su horror por esa nueva
vida.

—Vamos por buen camino, veo que estás mejor —
le dijo Bernardo—. Y te cuento que mañana conocerás

a tu nueva dueña, yo no te puedo tener aquí. Este no

es un buen ambiente.
Bernardo le colocó el cobertor a la jaula del pájaro

y se fue hasta su habitación, un sitio pequeño y oscuro
donde había un centenar de libros en un estante

destartalado, esqueletos de relojes que conservaba por
un extraño interés, y artículos de periódicos sobre la

más diversa materia. Un retrato de su mujer,

alumbrado por una lámpara muy pobre, lo
contemplaba, mudo y amarillento, cuando entraba

cada noche.
Se sentó al borde de su catre y pensó en Manuela.

Aún le conturbaba lo que le había dicho. Sentía como
cortadas finas en la lengua y el escozor le daba un

nuevo sabor a su boca semidesdentada. Estaba listo
para hablar, para revelar todas sus acciones como

colaborador de los nazis. Sabía inconscientemente
que hacía mucho tiempo debió hacerlo, pero su

reacción había sido más bien esconderse. Quizá el

oído ultrasensible de Simon Wiesenthal lo iba
escuchar donde estuviera, quizás Manuela era una

chica que solo aparentaba ser especial e iba a repetir
su historia a su novio y este iba a adornar esa historia

con pasajes más horribles para recontarla a su jefe y el
jefe de su novio se la iba a contar a un amigo de Simon

Wiesenthal; quizás a alguien que sólo iba a levantar el

teléfono para dar parte de tan curiosa situación a
Simon Wiesenthal.

Pero experimentó un desinterés imperdonable,
quizás lamentable. Porque eran muchos años
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