Page 49 - Telaranas
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Abrió el negocio a un día más frío. En toda la
mañana no recibió un solo cliente. Almorzó junto al
pájaro unos espaguetis que había hecho el día
anterior, mientras pensaba en su encuentro con
Manuela. El pájaro lucía con más fuerza. Había dejado
de temblar, y algo de brillo en sus alas permitía saber
que estaba por convertirse en un pájaro saludable.
—Ya está hecho —dijo Bernardo, haciendo
montoncitos de espaguetis en su plato para volver a
desordenarlos—. Tal vez me arregle o tal vez no.
Entrada la tarde, apareció Zacarías con la noticia
de que Pablo Escobar había muerto en un
enfrentamiento con los militares y la policía. Se
defendió como un valiente con dos pistolas alemanas.
Zacarías llevaba la noticia de puerta en puerta, como
un ángel de la muerte. El hecho cayó como un
meteorito en el vecindario y pronto comenzaron a salir
las gentes a discutir y visitarse entre ellas. No parecía
una fiesta, pero parecía una fiesta; no parecía un
entierro, pero parecía un adiós. Bernardo tuvo que
aceptar algunas visitas que no eran de trabajo para
escuchar los pormenores de la celada donde había
muerto el narcotraficante. Sintió temor de que un
hecho como ése hubiera podido modificar su plan de
ese día. Nunca había sentido especial simpatía por
Pablo Escobar. Había tenido las facciones de un
hombre de pueblo y estas se habían transformado en
las de un gavilán endiosado.
Esperó el largo momento de que fueran las cinco
de la tarde y salió de la relojería con el pájaro en la
jaula. Se encontró aún con la ciudad remecida, los
gestos incrédulos o consternados. Era de esperarse
que con la muerte de Pablo Escobar los atentados
habrían de disminuir con el tiempo, y que la posible
mañana no recibió un solo cliente. Almorzó junto al
pájaro unos espaguetis que había hecho el día
anterior, mientras pensaba en su encuentro con
Manuela. El pájaro lucía con más fuerza. Había dejado
de temblar, y algo de brillo en sus alas permitía saber
que estaba por convertirse en un pájaro saludable.
—Ya está hecho —dijo Bernardo, haciendo
montoncitos de espaguetis en su plato para volver a
desordenarlos—. Tal vez me arregle o tal vez no.
Entrada la tarde, apareció Zacarías con la noticia
de que Pablo Escobar había muerto en un
enfrentamiento con los militares y la policía. Se
defendió como un valiente con dos pistolas alemanas.
Zacarías llevaba la noticia de puerta en puerta, como
un ángel de la muerte. El hecho cayó como un
meteorito en el vecindario y pronto comenzaron a salir
las gentes a discutir y visitarse entre ellas. No parecía
una fiesta, pero parecía una fiesta; no parecía un
entierro, pero parecía un adiós. Bernardo tuvo que
aceptar algunas visitas que no eran de trabajo para
escuchar los pormenores de la celada donde había
muerto el narcotraficante. Sintió temor de que un
hecho como ése hubiera podido modificar su plan de
ese día. Nunca había sentido especial simpatía por
Pablo Escobar. Había tenido las facciones de un
hombre de pueblo y estas se habían transformado en
las de un gavilán endiosado.
Esperó el largo momento de que fueran las cinco
de la tarde y salió de la relojería con el pájaro en la
jaula. Se encontró aún con la ciudad remecida, los
gestos incrédulos o consternados. Era de esperarse
que con la muerte de Pablo Escobar los atentados
habrían de disminuir con el tiempo, y que la posible