Page 51 - Telaranas
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—Es un lindo pájaro —dijo ella, mirándolo con un
aspecto risueño, pero no en exceso—. Estoy para
escuchar su historia.
Bernardo suspiró, y comenzó a hablar. Su voz al
principio empezó a hacerse tan débil que Manuela
tuvo que echarse un poco hacia adelante para
escucharlo.
—Perdón —dijo el viejo.
—Prosiga —dijo ella—. Pero me gustaría más que
contara su historia usando su verdadero nombre. Así
será mejor.
—Desde ayer lo supo usted —dijo él.
—No hay que ser adivina.
—Está bien —dijo él—. Mi nombre verdadero es
Ismael. Y aún no sé por qué la he elegido para contarle
estas cosas. Quizá ya le he adelantado mucho. Sí.
Muchísimo. Sabe que fui un traidor a mi gente. Pero
no sabe que aún me persigue el Comandante que me
dio su pan de sangre.
—¿Es eso posible? —repuso ella.
—Es la esencia de su propio mal lo que quedó, y
es lo que me continúa solicitando.
La tarde bogotana se fue llenado de nubes rojizas.
Los edificios destellaban en sus partes de metal. Todo
el mundo debía de comentar aún la muerte del capo.
—Es como un fantasma lo que tiene usted ahora
en su vida —le dijo ella.
—Así es, Manuela; más bien un vampiro —dijo—.
Los fantasmas no muestran tanto sus pensamientos.
Este me habla como usted o yo.
El viejo siguió contando los hechos como los
había organizado en su mente hacía años. En ningún
momento trató de justificarse. Manuela lo escuchaba
y asentía, a veces le hacía una pregunta y al oír la
aspecto risueño, pero no en exceso—. Estoy para
escuchar su historia.
Bernardo suspiró, y comenzó a hablar. Su voz al
principio empezó a hacerse tan débil que Manuela
tuvo que echarse un poco hacia adelante para
escucharlo.
—Perdón —dijo el viejo.
—Prosiga —dijo ella—. Pero me gustaría más que
contara su historia usando su verdadero nombre. Así
será mejor.
—Desde ayer lo supo usted —dijo él.
—No hay que ser adivina.
—Está bien —dijo él—. Mi nombre verdadero es
Ismael. Y aún no sé por qué la he elegido para contarle
estas cosas. Quizá ya le he adelantado mucho. Sí.
Muchísimo. Sabe que fui un traidor a mi gente. Pero
no sabe que aún me persigue el Comandante que me
dio su pan de sangre.
—¿Es eso posible? —repuso ella.
—Es la esencia de su propio mal lo que quedó, y
es lo que me continúa solicitando.
La tarde bogotana se fue llenado de nubes rojizas.
Los edificios destellaban en sus partes de metal. Todo
el mundo debía de comentar aún la muerte del capo.
—Es como un fantasma lo que tiene usted ahora
en su vida —le dijo ella.
—Así es, Manuela; más bien un vampiro —dijo—.
Los fantasmas no muestran tanto sus pensamientos.
Este me habla como usted o yo.
El viejo siguió contando los hechos como los
había organizado en su mente hacía años. En ningún
momento trató de justificarse. Manuela lo escuchaba
y asentía, a veces le hacía una pregunta y al oír la