Page 47 - Telaranas
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mirando. Vio cada detalle de su rostro, la carrera al
centro, las condecoraciones, el inmaculado uniforme.

—¿Usted de nuevo, Comandante? —le dijo
Bernardo.

—A su salud —le respondió el nazi. Se llevó una

copa a la boca y sorbió—. No olvido a los
colaboradores —emitió un largo aaah de placer—. Me

encanta este vino. Es italiano.
—Ya no soy su colaborador.

—Se equivoca. Me ha dado buena información,
Ismael. Coma, coma; se ha ganado usted esta comida.

Sobre el escritorio vio el pan, las frutas, un pollo

cocido y desmembrado que olía a especia y a calor de
entrañas tiernas. Hacía poco le había revelado al

Comandante el plan de escape de un grupo de
prisioneros.

—No quiero, Comandante. Solo quiero que no
mate usted a mi esposa cuando todo esto acabe.

—Ya veremos, Ismael —le dijo el nazi—. No
recuerdo haberle prometido nada. Es más, no

recuerdo si le dejé entrar a usted en este sitio. Podría
llamar a la guardia para que se lo lleven de inmediato

por intentar robar mi comida.

El hombre rió y su risa hizo que se frisaran los
horizontes de la noche, como si nada más hubiera una

noche inabarcable con cosas derruidas sobre la tierra.
Ismael intentó tomar una hogaza de pan. Era posible

llevársela a su esposa. ¡Era posible!
—No lo intente, Ismael; esta cena es sólo para

usted, porque me dio la información que necesitaba.

—Iba a comer pan.
—No, usted iba a llevarle este pan a su esposa.

¿Cree que no lo sé? ¿Cree que no escudriño sus
pensamientos? ¿Me cree usted un imbécil?
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