Page 45 - Telaranas
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resguardando lo que sabía, con un celo que rayaba en
el delirio. Cualquier frase de un desconocido podía

tener un enlace secreto con el tejido de sus
responsabilidades aún no juzgadas. Cualquier mirada

podía ocultar una confirmación de su culpabilidad. Y

ahora se había sentado al frente de una desconocida y
le parecía lo más natural del mundo hacerle una

confesión.
¿Qué te ha pasado? —se dijo a sí mismo—. ¿Qué

estás haciendo?
Y las interrogaciones quedaron suspensas en su

mente y se puso a sonreír, sintiéndose muy ilógico al

hacerlo. Luego tomó el retrato de su mujer y le dijo:
—Míriam, ya no puedo más, no puedo seguir

callando al mundo estas tristezas que llevo desde que
nos salvamos de los nazis. Por fin alguien más me va a

oír. Alguien que no tiene vela en el entierro.
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