Page 42 - Telaranas
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—¿Sólo eso?
—Así parece. En estos minutos me he sentido algo
diferente. Sé, y no logro entender por qué, que si le
cuento todo, todo lo que he hecho, me sentiré otro
viejo, no este viejo lleno de porquería, sino otro viejo
menos malo.
—Eso me suena como a confesión, don Bernardo,
y yo no soy un cura.
—No creo en los curas. Un día entré al
confesionario y me vio un hombre con los ojos más
fríos y distantes que hubiera visto por entre las
junturas de una persiana de madera. Al instante sentí
horror. ¿Cómo le iba a contar nada? Tal vez era un
buen hombre, pero qué sé yo.
—De acuerdo —dijo ella, lanzando un gesto de no
entender mucho lo que le estaba sucediendo—. Acepto
oírlo sólo porque no soy una insensible. Además, me
gustan las historias de todo el mundo. ¿Qué podrá
suceder?
—Y le suplico que guarde mi testimonio. A nadie
le interesará.
—Descuide, don Bernardo, no soy chismosa. No
le diré a Simon Wiesenthal.
Ambos se rieron un momento. Pero después
Bernardo tosió.
—Menos a él —dijo, muy serio.
—Así será.
—¡No podría hablar hoy mismo! ¿Tal vez
mañana? —suplicó Bernardo; a esta altura de la
conversación el viejo tenía un tono de súplica—. Sólo
déjeme pensarlo para mañana. Debo poner mis
pensamientos en orden.
—No habría problema —dijo ella.
—¿La encontraría aquí a la misma hora de hoy?
—Así parece. En estos minutos me he sentido algo
diferente. Sé, y no logro entender por qué, que si le
cuento todo, todo lo que he hecho, me sentiré otro
viejo, no este viejo lleno de porquería, sino otro viejo
menos malo.
—Eso me suena como a confesión, don Bernardo,
y yo no soy un cura.
—No creo en los curas. Un día entré al
confesionario y me vio un hombre con los ojos más
fríos y distantes que hubiera visto por entre las
junturas de una persiana de madera. Al instante sentí
horror. ¿Cómo le iba a contar nada? Tal vez era un
buen hombre, pero qué sé yo.
—De acuerdo —dijo ella, lanzando un gesto de no
entender mucho lo que le estaba sucediendo—. Acepto
oírlo sólo porque no soy una insensible. Además, me
gustan las historias de todo el mundo. ¿Qué podrá
suceder?
—Y le suplico que guarde mi testimonio. A nadie
le interesará.
—Descuide, don Bernardo, no soy chismosa. No
le diré a Simon Wiesenthal.
Ambos se rieron un momento. Pero después
Bernardo tosió.
—Menos a él —dijo, muy serio.
—Así será.
—¡No podría hablar hoy mismo! ¿Tal vez
mañana? —suplicó Bernardo; a esta altura de la
conversación el viejo tenía un tono de súplica—. Sólo
déjeme pensarlo para mañana. Debo poner mis
pensamientos en orden.
—No habría problema —dijo ella.
—¿La encontraría aquí a la misma hora de hoy?