Page 43 - Telaranas
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—Si lo hace sentir mejor… —dijo ella, volviendo
su mirada hacia las palomas, que empezaron a buscar
la altura de los techos—. ¡Qué lindas son! ¿No le
parece?
—Veo que le gustan las aves —dijo Bernardo.
—Claro —respondió la mujer, como si fuera obvio.
En un arranque de inusitada simpatía, una
simpatía que no recordaba haber mostrado nunca, o
que había tenido algún día y extraviado para siempre,
el hombre le dijo que había recibido un pájaro en su
casa y que sabía que no era el mejor sitio para él.
—El ruido a cierta hora es insoportable... y el
esmog. ¿Aceptaría que se lo regale a usted? —le
preguntó—. Ni siquiera sé el nombre de su especie,
pero estoy seguro de que le encantará.
—Bueno, Bernardo, no sé —le dijo ella—. En mi
casa hay poco espacio. Soy más bien solitaria.
—Entiendo.
—Pero tengo una idea; está bien, si no es muy
grande.
—Es pequeña, solo tiene algo de miedo porque la
arrancaron de su hábitat. Digo, si no es molestia.
—Tráigala mañana, ya veremos.
IV
Era de noche cuando Bernardo entró a su casa.
Traía las manos frías, el rostro insensible por el
punzante aire decembrino. El ruido del vecindario se
colaba por las paredes; un ronroneo incesante de
televisores y gritos de mocosos que peleaban hasta
muy tarde. Encontró al pájaro más repuesto. Se podía
decir que había empezado a picotear semillas y que
su mirada hacia las palomas, que empezaron a buscar
la altura de los techos—. ¡Qué lindas son! ¿No le
parece?
—Veo que le gustan las aves —dijo Bernardo.
—Claro —respondió la mujer, como si fuera obvio.
En un arranque de inusitada simpatía, una
simpatía que no recordaba haber mostrado nunca, o
que había tenido algún día y extraviado para siempre,
el hombre le dijo que había recibido un pájaro en su
casa y que sabía que no era el mejor sitio para él.
—El ruido a cierta hora es insoportable... y el
esmog. ¿Aceptaría que se lo regale a usted? —le
preguntó—. Ni siquiera sé el nombre de su especie,
pero estoy seguro de que le encantará.
—Bueno, Bernardo, no sé —le dijo ella—. En mi
casa hay poco espacio. Soy más bien solitaria.
—Entiendo.
—Pero tengo una idea; está bien, si no es muy
grande.
—Es pequeña, solo tiene algo de miedo porque la
arrancaron de su hábitat. Digo, si no es molestia.
—Tráigala mañana, ya veremos.
IV
Era de noche cuando Bernardo entró a su casa.
Traía las manos frías, el rostro insensible por el
punzante aire decembrino. El ruido del vecindario se
colaba por las paredes; un ronroneo incesante de
televisores y gritos de mocosos que peleaban hasta
muy tarde. Encontró al pájaro más repuesto. Se podía
decir que había empezado a picotear semillas y que