Page 41 - Telaranas
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—Es algo más —dijo Bernardo—. En cualquier
otra circunstancia hubiera creído que usted podría ser
una espía de Simon Wiesenthal. Me he convertido en
un gran paranoico. Y tengo razón.
—¿Quién?
—Un famoso cazador de nazis.
—Pero usted me dijo que era judío.
—Un judío traidor. Igual querría Simon mi cabeza
por las cosas que dejé de hacer y por aquellas que hice.
No tengo escapatoria.
—Ya entiendo.
—¿Usted no es una espía de Simon Wiesenthal?
—le preguntó él, urgido.
—No lo soy, don Bernardo, claro que no. Debe de
haber sufrido mucho con eso de estar huyendo de
Simon Wiesenthal.
—Ni lo imagina. Pero lo peor de todo es que tiene
razón. Tiene razón porque debe haber un castigo para
mí. Es solo que no quiero recibirlo, siempre odié sufrir
demasiado. Y es lo que he hecho. En el campo de
concentración empecé por tocar música para el
Comandante y luego fui su soplón. Por mis informes
murieron muchos, por mi cobardía…
—¿Y cómo sabe que lo persigue?
—Lo sé. Es algo que se siente más que los latidos
del corazón, Manuela. Veo a sus cazadores en
cualquier rostro, oigo sus palabras sospechosas en
cualquier boca, cuando despierto también lo siento
respirar dentro de mí.
—Entonces conmigo siente confianza —le dijo
ella.
—Cierto, es muy agradable después de todo.
—¿Y qué quisiera hacer con esa confianza?
—Hablar.
otra circunstancia hubiera creído que usted podría ser
una espía de Simon Wiesenthal. Me he convertido en
un gran paranoico. Y tengo razón.
—¿Quién?
—Un famoso cazador de nazis.
—Pero usted me dijo que era judío.
—Un judío traidor. Igual querría Simon mi cabeza
por las cosas que dejé de hacer y por aquellas que hice.
No tengo escapatoria.
—Ya entiendo.
—¿Usted no es una espía de Simon Wiesenthal?
—le preguntó él, urgido.
—No lo soy, don Bernardo, claro que no. Debe de
haber sufrido mucho con eso de estar huyendo de
Simon Wiesenthal.
—Ni lo imagina. Pero lo peor de todo es que tiene
razón. Tiene razón porque debe haber un castigo para
mí. Es solo que no quiero recibirlo, siempre odié sufrir
demasiado. Y es lo que he hecho. En el campo de
concentración empecé por tocar música para el
Comandante y luego fui su soplón. Por mis informes
murieron muchos, por mi cobardía…
—¿Y cómo sabe que lo persigue?
—Lo sé. Es algo que se siente más que los latidos
del corazón, Manuela. Veo a sus cazadores en
cualquier rostro, oigo sus palabras sospechosas en
cualquier boca, cuando despierto también lo siento
respirar dentro de mí.
—Entonces conmigo siente confianza —le dijo
ella.
—Cierto, es muy agradable después de todo.
—¿Y qué quisiera hacer con esa confianza?
—Hablar.