Page 48 - Telaranas
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—Bueno, sí; era para mi esposa.
—Ah, no me equivocaba. ¿Y cómo se lo iba a
pasar? El trasiego de alimentos no está permitido.
El nazi se estaba aburriendo de la conversación.
Hizo sonar sus dedos sobre el escritorio. Miró la hora
en el reloj de pared.
—¿Por qué insiste? —preguntó Ismael.
—¿Qué ha dicho usted?
—¿Por qué sigue acosándome? Ya todo esto pasó,
Comandante. Ya usted está muerto. Se suicidó antes
de que llegaran los rusos. ¿Quién le brinda la vida para
que me atormente así? ¿Vive usted de mí o es el
infierno el que lo trae a mi casa?
—Un cobarde como usted no tiene derecho a
interrogarme.
Ismael arrojó los alimentos al piso. El nazi rió de
nuevo. Cobró más confianza.
—¿Por qué se ríe? —le preguntó Ismael—. No hay
de qué reír, ni de qué sentirse irónico, Comandante. Si
usted está aquí es porque existe el infierno.
—Si existe o no, lo averiguarás pronto, ¡ja!
La frase lo hizo cerrar los ojos y tuvo el efecto de
llevarle a la mente una imagen del infierno como un
camino cuyos bordes tenían árboles que, en lugar de
hojas, tenían los ojos del mundo entero. Eran millones
de ojos que lo juzgaban, que lo sentenciaban.
***
Durmió la última hora de la madrugada y
despertó con los primeros claros del día. Se levantó
algo débil. Las visitas del Comandante se hacían a
veces muy seguidas y le quitaban toda la energía para
enfrentar el día siguiente.
—Ah, no me equivocaba. ¿Y cómo se lo iba a
pasar? El trasiego de alimentos no está permitido.
El nazi se estaba aburriendo de la conversación.
Hizo sonar sus dedos sobre el escritorio. Miró la hora
en el reloj de pared.
—¿Por qué insiste? —preguntó Ismael.
—¿Qué ha dicho usted?
—¿Por qué sigue acosándome? Ya todo esto pasó,
Comandante. Ya usted está muerto. Se suicidó antes
de que llegaran los rusos. ¿Quién le brinda la vida para
que me atormente así? ¿Vive usted de mí o es el
infierno el que lo trae a mi casa?
—Un cobarde como usted no tiene derecho a
interrogarme.
Ismael arrojó los alimentos al piso. El nazi rió de
nuevo. Cobró más confianza.
—¿Por qué se ríe? —le preguntó Ismael—. No hay
de qué reír, ni de qué sentirse irónico, Comandante. Si
usted está aquí es porque existe el infierno.
—Si existe o no, lo averiguarás pronto, ¡ja!
La frase lo hizo cerrar los ojos y tuvo el efecto de
llevarle a la mente una imagen del infierno como un
camino cuyos bordes tenían árboles que, en lugar de
hojas, tenían los ojos del mundo entero. Eran millones
de ojos que lo juzgaban, que lo sentenciaban.
***
Durmió la última hora de la madrugada y
despertó con los primeros claros del día. Se levantó
algo débil. Las visitas del Comandante se hacían a
veces muy seguidas y le quitaban toda la energía para
enfrentar el día siguiente.