Page 50 - Telaranas
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época de paz haría de su guerra un conflicto más
expuesto. Sin embargo, algo le decía que ya no era

tiempo para más escondites.
Llegó a la Iglesia de San Roque observando que la

muerte del capo había traído a las calles una vibración

contradictoria de pesares, euforia y sobresaltos, que
hacían de la muerte un canto dulce o melancólico. Vio

a Manuela sentada en el mismo banco de hormigón,
abrigada contra el frío de esa hora. Vestía su mismo

uniforme de ayer. Se le veía pensativa.
—Creí que no iba venir por lo de Pablo Escobar —

le dijo Bernardo, sentándose a su lado. Dispuso la

jaula con el cobertor en el suelo. La miró con
expectación.

—Le tenía simpatía —dijo ella—. Sé que es raro lo
que le digo, pero me simpatizaba. Esos hombres que

están siempre a la mira de una pistola y una traición,
tienen algo de santos negros. Ah, y no iba a dejar de

venir por ese incidente. Le prometí estar aquí hoy para
ser su confesora.

La mujer se rió y descubrió unos dientes
simétricos. Él no había discernido que su rostro fuera

tan pálido. Sus ojos ya no parecían los de una

jovencita, sino los de una mujer que había pasado la
noche en vela.

—No sabe lo que le agradezco.
—No diga nada.

—Este es el pájaro del que le hablé —dijo
Bernardo—. Hoy es otro ser, amaneció recuperado.

Mire sus alas, ¿eh? La verdad, hasta me parece bonito.

Al quitar el cobertor, el pájaro se sintió influido
por el viento del frío diciembre y se cimbró a sus

anchas.
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