Page 52 - Telaranas
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respuesta de Ismael se asombraba un poco, o fingía su
rostro pálido la sorpresa.
Cuando Ismael terminó su confesión, solo había
un celaje en el horizonte, como una venda con un
rastro de sangre.
—¿Oyó todo lo que le dije? —le preguntó, algo
emocionado.
—Claro que lo oí —dijo ella.
—¿Y qué le parece a usted?
Sin escucharlo, Manuela se inclinó hacia la jaula
y abrió la puertecilla. Con una de sus manos cogió al
pájaro. Con la otra lo cubrió.
—Cuidado se le escapa —le dijo Ismael.
—No se preocupe —dijo ella.
—¿Qué le parece lo que le conté? —enfatizó el
viejo—. No la veo sorprendida. Para nada la veo
sorprendida. Es más, creo que fingía emoción cuando
le conté lo más feo. Como si ya lo hubiera visto. De
veras que en Colombia ya nadie se asusta. ¿O me
encubre usted su opinión verdadera? ¡No quiere
decirme que soy un criminal!
La mujer se levantó del banco y dejó escapar al
pájaro. El ave flaqueó un instante en la brisa, como
buscando equilibrio, y luego se fue elevando hasta
tomar una velocidad que lo hizo desaparecer detrás de
un edificio de gobierno.
—¿Para eso aceptó que se lo trajera? —dijo
Ismael, pensando que tal vez había cometido el error
de contar algo que no había sido entendido.
Ella lo miró y le extendió una mano.
—Ahora le toca a usted —dijo.
rostro pálido la sorpresa.
Cuando Ismael terminó su confesión, solo había
un celaje en el horizonte, como una venda con un
rastro de sangre.
—¿Oyó todo lo que le dije? —le preguntó, algo
emocionado.
—Claro que lo oí —dijo ella.
—¿Y qué le parece a usted?
Sin escucharlo, Manuela se inclinó hacia la jaula
y abrió la puertecilla. Con una de sus manos cogió al
pájaro. Con la otra lo cubrió.
—Cuidado se le escapa —le dijo Ismael.
—No se preocupe —dijo ella.
—¿Qué le parece lo que le conté? —enfatizó el
viejo—. No la veo sorprendida. Para nada la veo
sorprendida. Es más, creo que fingía emoción cuando
le conté lo más feo. Como si ya lo hubiera visto. De
veras que en Colombia ya nadie se asusta. ¿O me
encubre usted su opinión verdadera? ¡No quiere
decirme que soy un criminal!
La mujer se levantó del banco y dejó escapar al
pájaro. El ave flaqueó un instante en la brisa, como
buscando equilibrio, y luego se fue elevando hasta
tomar una velocidad que lo hizo desaparecer detrás de
un edificio de gobierno.
—¿Para eso aceptó que se lo trajera? —dijo
Ismael, pensando que tal vez había cometido el error
de contar algo que no había sido entendido.
Ella lo miró y le extendió una mano.
—Ahora le toca a usted —dijo.